Relatos Solidarios: Crónicas de San Hilario. Capítulo 3. Street Fighter ’89

Con la llegada del capítulo 3 de Crónicas de San Hilario, cerramos nuestra primera trilogía de relatos recibida para la sección de la página. No olviden leer antes los dos primeros capítulos de esta excelente historia.

Gratamente. Esa es la palabra para definir mi sorpresa. La acogida que está teniendo esta humilde iniciativa me está sorprendiendo gratamente. ¡Tenemos hasta trilogías! como el relato que a continuación os vamos a brindar. El tercer capítulo que cierra la trilogía del compañero Carlos Falcón. me ha indicado y así se lo he prometido que diría, que para entender y experimentar este último capítulo en plenitud, hay que venir con los deberes hechos de casa y haber leído los anteriores capítulos. ¿Dónde? no os preocupéis que os lo alcanzo en un momento:

Crónicas de San Hilario: 
>>Capítulo 1. WOLF<<
>>Capítulo 2: Los Niños del Ala Este<<

¿Ya lo habéis leído?, ¿deberes hechos? bien...pues entonces ahora si. Entonces puedes pasar a la siguiente fase, al último capítulo de la trilogía enviada por el compañero Carlos Falcón. Disfruten:
Crónicas de San Hilario. Capítulo 3. Street Fighter ’89

He tenido cientos de
nombres, he vivido otras tantas aventuras, pero hoy, hoy soy Cody una vez más.
Ante mí, un gigantón se lleva a la chica (cliché, ya lo sé) y se ríe a
carcajadas. Sus secuaces se retiran junto a él amenazantes. Me bloquea el
camino un muro de bidones oxidados. Pues ya sabéis lo que toca, patada
giratoria molona, los bidones a tomar por culo y empieza lo bueno.
           
            Los primeros metros son siempre sencillos, con unos
cuantos malotes de relleno, de los que despachas con un buen par de puñetazos.
Y hasta alguna patada voladora para entrar en calor, que hay que lucirse un
poco. ¿Que hay una cabina telefónica? Pues se revienta, que algo interesante
aparecerá. ¿Cubos de basura? Pues lo mismo, unos golpes con estilo, que nunca
se sabe lo que puede haber dentro. Hasta relojes y diamantes he llegado a
encontrar. Lo que tira la gente…
           
            Hay que seguir avanzando, siempre hasta el final del
callejón de turno. En este caso, se acumulan unos cuantos tipejos, así que uso
el viejo truco de golpearlos antes de que se acerquen. Un clásico, nunca falla.
Hasta sin mirar lo hago. Una vez limpia la calle de escoria, me dirijo hacia un
sótano.
            Al entrar al mismo, con ese puñetero fluorescente
parpadeante, se me acumula el trabajo. Nada del otro mundo, pues entre los
cajones encuentro tuberías y cuchillos, con los cuales (y no es por fardar) soy
un maestro, y me ayudan a dar cuenta de los patéticos de turno. Incluso me
embisten unos gordacos cual si fueran miuras en San Fermín. Intento que no me
dé la risa mientras los liquido con la patada giratoria favorita de las nenas.
Precioso.
            Salgo del sótano y me encuentro una torre de neumáticos, que
por supuesto derribo. Dentro, un suculento pollo asado. No es que me hiciera
mucha falta, pero oye, a caballo regalado… Según avanzo, diviso una puerta
gigantesca, la cual salta en pedazos al llegar a su altura. De entre las
astillas emerge un tipo aún más gigantesco, el simpático que se había llevado a
la chica. Al fin un reto digno de mi habilidad.
            Se lleva una buena colección de golpes, incluido mi
inefable “te agarro de las solapas, y te llevas un rodillazo guapo en los
mismos”. Esto no durará mucho. Creo que me voy a aburrir.
            Ante mi calidad sin igual, el gigantón salta hacia un
lado y lanza un silbido. De repente, la zona se llena de gente con pintas poco
recomendables. Unos tíos vestidos todos de rojo y con cócteles molotov en las
manos, más punkis de relleno… Hasta me pareció ver una chica con pantalón
corto, esposas y melena teñida. Vaya, al final esto se va a complicar un poco y
todo.
            Golpeo a los tipos de rojo, los cuales dejan caer sus
armas incendiarias que me alcanzan y hacen bastante daño. Joder, eso ha dolido.
Al dirigirme hacia la chica, con dudas de si golpearla o no, descubro de
inmediato que ella no alberga esas dudas, pues una patada a la entrepierna me
deja atontado. Oigo al gigantón reírse desde su palco particular. Maldita la
gracia me hace a mí.
            Siguen llegando enemigos. Por muchos que derribe, otros
ocupan su lugar. Y para colmo, el gigantón salta sobre mí cuando estoy
despistado. Su patada no será tan elegante como la mía…pero joder, el daño que
hace. Empiezo a no sentirme bien.
            Sigo repartiendo golpes. Y recibiendo, más de los que
esperaba. Y cuando estoy a punto de derribar definitivamente al puñetero
gigante, siento de repente como frío, mucho frío a la altura de los riñones. Seguido
de un calor agobiante, húmedo. La boca me sabe como a metal. Me echo la mano al
costado y cuando la miro, está empapada en sangre. ¿Qué cojones ha pas…?
            Me desplomo y todo empieza a teñirse de negro. Lo último
que veo es al gigantón descojonándose ante mí, y a un cabrón con cuchillos en
ambas manos que sonríe a su lado. Y la oscuridad me rodea del todo. ¿Será esto
la muerte?
            No colega, ya he estado aquí antes. Y sé lo que hay que
hacer. Aparezco en una habitación, atado a una silla, y ante mí, unos cartuchos
de dinamita a punto de explotar. ¿Tengo miedo a morir? ¡¡JA!!
            Siento como se inicia una cuenta atrás hacia mi
inevitable muerte.
Diez, nueve, ocho…
La mecha es cada vez más
corta.
Siete, seis, cinco…
Me agito en la silla, que
parezca que tengo miedo
Cuatro, tres, dos…
La llama ya alcanza los
cartuchos.
UNO…
Sonrío, y un cuchillo que
cae del cielo detiene lo que parecía inevitable. No me rendiré, nunca lo haré. Soy
un puto héroe. Y los héroes nunca se rinden.
           
            20 de Noviembre de 1994, 5 de la tarde, exterior
de la Sala de cuidados intensivos del Hospital San Hilario.
            -¡Doctor, doctor rápido! El chico al que ingresaron esta
mañana, el de la puñalada, ¡ha entrado en parada!
            El doctor, extrañamente calmado, se dirigió al enfermero
y le dijo:
            -¿Acabas de llegar al turno, verdad? -y lentamente se
dirigió hacia el pasillo. -Tranquilo, cuando lleguemos a su lado verás algo impresionante.
-y sonrió irónico.
            El enfermero, pasmado por la frialdad del doctor,
caminaba nervioso a su lado, intentando inútilmente que éste acelerase el paso.
Al llegar a la habitación, su asombro fue absoluto. El chico estaba completamente
estable. En coma sí, pero con unos parámetros en la pantalla que le hicieron
dudar de si se había equivocado.
            -Doctor, le juro por mi madre que…
            -Lleva así todo el día. -comenzó a relatar el doctor.
-Está en coma, con parámetros normales, y de repente entra en parada
exactamente durante nueve segundos, ni uno más, ni uno menos. Y súbitamente,
sin que nadie lo toque, vuelve a tener pulso el condenado. -El doctor agitó la
cabeza con sonrisa incrédula. -Si no fuera porque es imposible, pensaría que
nos está tomando el pelo. Acompáñame a la sala de espera, tenemos que hablar
con sus familiares.
EPÍLOGO
            La sala estaba vacía, a excepción de un viejo con cara de
pocos amigos y un joven de unos diecinueve años, con larga melena que caminaba
de un lado a otro, con una expresión no mucho más amistosa que la del primero.
Apenas el enfermero pronunció las palabras “familiares de”, el joven se dirigió
hacia ellos al momento.
            -Sí nosotros. -dijo el chico visiblemente nervioso. -¿Se
sabe algo ya?
           
            -Disculpa -contestó el doctor. -¿Eres familiar de…?
           
            -Yo soy su… bueno, tutor legal. -interrumpió el viejo
mientras se dirigía hacia el doctor. -Sus padres tuvieron…en fin, es una larga
historia. Y aquí el joven es, conocido de la familia. -Al mirar hacia el chico,
este bajó la mirada con una mezcla de rabia y vergüenza.
            El doctor empezó a contar los detalles relativos al caso.
            -Ingresó esta mañana con politraumatismos y una herida
por arma blanca en el costado. Se mantiene estable dentro del coma, aunque con
una serie de paradas cardiorrespiratorias que no terminamos de explicarnos.
¿Tienen idea de lo ocurrido?
            El chico, sin levantar la mirada y apretando los puños
dijo entre dientes:
            -Es culpa mía. Me cago en todo, es culpa mía. Yo debí
haber estado allí joder. Y no ese pedazo de…
            El viejo le dio una leve palmada en la espalda. El chico
levantó la cabeza y con los ojos llorosos continuó:
            -Mi hermana y mi madre se dirigían hacia este hospital
para una revisión tras el alta médica de la canija. Mientras esperaban para
cruzar frente al salón Arcade, un coche paró en el semáforo y los hijos de puta
que iban dentro comenzaron a lanzarle piropos a mi madre. Como pasó de ellos
como de la mierda, los muy cabrones empezaron a insultarla y a reírse de mi
hermana y de su aspecto debido a su enfermedad. ¡¡Hijos de la gran puta, si
hubiese estado ahí, les hubiese matado con mis propias manos!! -La fuerza con
la que apretaba los puños, había hecho que las uñas se clavasen en sus palmas,
y la sangre había empezado a gotear por ellas. -Pero no, yo no estaba. Tenía
que estar ese jodido gilipollas en el salón arcade, jugando a su nuevo
jueguecito de hostias favorito, y tenía que salir a hacerse el héroe. ¡Maldito
estúpido!
           
            La impotencia del chico hizo que lanzase un puñetazo
hacia el viejo, que lo encajó sin moverse, impasible. Y otro, y otro…hasta que
el chico calló de rodillas, sin fuerzas. El viejo lo asió y lo acercó hacia un
asiento.
           
            -¿Por qué no siguió jugando? Tenía que salir con su
blanca armadura a defender a dos personas que ni conocía. Mi madre y mi hermana
cruzaron, pero desde el otro lado de la acera vieron como salieron cinco tíos
del coche y lo rodearon. El cabrón llegó a derribar a tres de ellos, pero
mientras se enfrentaba al cuarto, que era un puto gigantón, el último le clavó
un navajazo por detrás. Siempre fue un estúpido. Tenías que haber huido joder,
pero no, tenías que ser el puto héroe.  Maldito niñato tenía… tenía que haber sido yo,
no tú.
           
            El doctor, tras tomar aire continuó con su diagnóstico.
            -Debido a la herida del costado, el chico ha perdido
mucha sangre, la cual, para colmo, es O negativo, y estamos bajo mínimos de la
misma. Además, más que probablemente necesitará un trasplante de riñón, ya que
están ambos muy afectados.
            El chico se levantó del asiento como activado por un
resorte.
            -Doctor, cuente conmigo. Es mi grupo sanguíneo, y lo del
riñón, prfff, tengo dos, con uno me vale ¿no?
            -A ver chico, hay pruebas que hacer, hay que…
            -Doctor, está así por defender a mi familia. ¿Usted qué
haría? -El chico había dejado de llorar, y su mirada se había transformado de
la total impotencia, al convencimiento absoluto. -Voy a hacerlo, se lo debo. A
él… y a mi hermana Ángela.
            Dicho esto, y reconociendo la ventaja que suponía tener el
mismo grupo sanguíneo y el mismo rango de edad, el doctor no pudo por más que
preguntarle al chico:
            -¿Su nombre?
            -Daniel, el muy gili se llama Daniel. ¿Empezamos ya o
qué? -Contestó el chico, que ya se dirigía hacia la puerta por la que habían
llegado médico y enfermero.
            -No hombre, me refiero al tuyo.
            -¿Es necesario eso? ¿No puede ser anónimo y ya está?
            -Lo siento, pero no. Por cuestiones del seguro y temas
legales, debes identificarte en todo momento. Es el protocolo.
            El chico miró hacia el viejo, que hizo un leve gesto de
asentimiento con la cabeza. Suspiró, y tras secarse la sangre de las manos en
la camiseta, se recogió su melena pelirroja en una coleta, lo cual dejó ver un
tatuaje en su cuello y dijo:
           

            -Me llamo Aarón. Aarón Kent.

Por Carlos Falcón.
Orgullogamer

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