El secreto de Edward.

El secreto de Edward

Todas las noches el mismo sueño.
Despertó
sobresaltado, empapado en sudor. El corazón palpitando a más no poder.
En cuanto fue consciente del lugar en el que se encontraba intentó
rápidamente volver a conciliar el sueño. Quería volver a ese lugar,
¡necesitaba regresar! Pero la ansiedad, su estado de agitación, su
nerviosismo era tan grande… que le resultó totalmente imposible volver a
quedarse dormido.

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Hacia
semanas que tenía el mismo sueño. Al principio, pensaba que eran
simples pesadillas. Multitud de pensamientos reunidos en su mente,
recuerdos de momentos vividos. Sin embargo, todas las noches, esas
pesadillas volvían a él una y otra vez. Obligándole a vivirlas de nuevo,
invitándole, cada noche, a adentrarse mucho más a fondo en ellas.
Despertaba
en una pequeña cabaña. Solo. Con la única compañía de un pequeño fuego
que calentaba el hogar. Un camastro, una pequeña mesa de madera y dos
sillas era todo lo que había en la habitación. La primera vez que
despertó allí no tuvo el valor suficiente ni para moverse. Dejó que
pasase el tiempo, muerto de miedo, sin entender absolutamente nada.
Aquello era solo un simple sueño, una pesadilla de la cual despertaría
antes o después. Un sueño que no contaría a nadie, lo guardaría en su
mente. Solo para él.
Imaginad su sorpresa al regresar a esa misma cabaña cada noche. Todos los días… una y otra vez.
Aquello
no eran simples sueños. Ni simples recuerdos que evocaba su
imaginación. Aquello era un mundo totalmente real. Un lugar al cual
podía acceder a través de su mente por algún motivo. Atravesando algún
tipo de portal, alguna especie de puerta que por alguna razón se abría
en momentos de sueño y vigilia y le mostraba una vida alternativa, algún
tipo de universo paralelo… vete a saber qué.
La
cuestión es que cada noche viajaba a otro mundo. Un mundo muy distinto
al que conocía. Cada noche y a través de los sueños, tenía la
oportunidad de vivir en primera persona otra realidad.
Desde
entonces, desde el momento en que entendió que todo lo que sucedía en
aquellos sueños era real… todas sus energías, todas sus ideas iban
dirigidas a cómo plantear su regreso. Tenía que armarse de valor,
apartar ese miedo que le acechaba y explorar aquella tierra. Debía
encontrar el motivo de aquellos viajes a través de los sueños.
Cada
noche, aguardaba con tranquilidad tumbado en su cama a que el sueño le
atrapase. Cerraba los ojos y se imaginaba a sí mismo surcando los mares,
volando por el cielo, observando el paisaje. Estaba convencido que en
cualquier momento aparecería ante él aquel bosque oscuro, y en su
interior, aquella cabaña en medio de la nada. Era entonces cuando
despertaba.
No
hacía falta que abriera los ojos para saber que se encontraba allí. Con
tan solo sentir el calor del fuego calentando la cabaña entendía que se
hallaba en aquel lugar. Había dedicado sus últimas visitas a buscar
algún tipo de indicio, algo que le ayudase a entender el por qué de todo
aquello. Pero no había encontrado nada de interés. Algunos aperos de
labranza guardados bajo el camastro, un poco de pan y queso recogidos en
un hatillo y poco más. Decidió que había llegado el momento de salir a
explorar los alrededores. Igual encontraba al dueño de la cabaña, o
algún habitante del lugar que le explicase dónde se encontraba. Recogió
el hatillo con la comida y salió al exterior.
Una
lluvia torrencial le dio la bienvenida al nuevo mundo. El fuerte viento
lanzaba finas gotas de agua a su rostro. No iba a ser fácil pero la
decisión estaba tomada. No había tiempo que perder, tenía una sensación
extraña, algo en su interior la apremiaba a darse prisa… cada minuto que
pasara era crucial. Fue entonces cuando la escuchó.

-“¡¡Edward
estoy aquí!! He hecho todo lo posible por volver tal y como te prometí.
Pero estoy atrapada y no puedo ir junto a ti. ¡Ven a salvarme hijo! Ven
a por mi, Din…»

Despertó
sobresaltado, empapado en sudor. El corazón palpitando a más no poder.
En cuanto fue consciente del lugar en el que se encontraba intentó
rápidamente volver a conciliar el sueño. Quería volver a ese lugar,
¡necesitaba regresar! Había escuchado a su madre, no tenía ninguna duda.
Todo el mundo le llamaba Eddy , pero solo ella le llamaba Din. Como
ella siempre decía, se negaba completamente a llamarle como todo el
mundo. Él era un trocito de su alma, una parte de su corazón. Para ella
Edward… Eddy … siempre fue Din , su pequeño Din.

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Justo
hacia un año que la vio por última vez. Jamás olvidaría aquella mañana.
El dulce despertar invitándole a bajar a desayunar, las risas a
carcajada limpia que mantuvieron mientras ella le narraba aquellas
historias que tanto le gustaba contar. Recordaba cada abrazo, cada
caricia, todas y cada una de sus sonrisas. De vez en cuando entraba en
su dormitorio sin que nadie le viese, le gustaba abrir su armario y
recordar su olor. El aroma que desprendía su cabello, aquel perfume que
tanto le gustaba comprar… Todas esas visitas a su cuarto terminaban de
la misma manera, llorando a lágrima viva. La echaba muchísimo de menos,
era quien más le comprendía… era su mejor amiga.
Aquella
mañana le llevó al colegio como cada día, le besó en la mejilla y se
despidió como siempre. – “Luego vengo a recogerte, te lo prometo” –
Pero
no volvió. Escuchó algo de un accidente de tráfico, un conductor
borracho y cosas así. Nunca olvidaría aquellos momentos, las lágrimas de
su padre camino al hospital y sobretodo … aquel maldito silencio. Un
silencio más sonoro que el mayor de los gritos.
Pensaba
que podría hablar con su madre, contarle que todo iría bien, que no se
preocupara. Le hubiera gustado despedirse de ella, pero por mucho que lo
pidió no le dejaron. Multitud de palabras que quedaron ahogadas en un
nudo de garganta, recuerdos que le roban a uno poco a poco su energía.
Un sentimiento que elimina el aire de los pulmones y que te hace muy
difícil conseguir respirar. Fueron muchísimas las cosas que le quedaron
por contar…

 

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Le resultó totalmente imposible volver a
quedarse dormido. Las lágrimas bañaban su rostro con mucha más fuerza
que la lluvia de aquel lugar. Se dirigió al cuarto de baño a lavar su
cara y nada más encender la luz vio sus pies llenos de barro. No tenía
la más mínima duda de que lo que había vivido en aquel lugar era real y
ahí estaba esa tierra mojada que no hacía otra cosa que confirmar su
existencia. Su madre había vuelto a él, tal y como le había prometido.
Aquel
día fue el más largo de su corta vida. Nunca antes había tenido la
necesidad tan imperiosa de que llegara la noche. Segundos que se
convirtieron en minutos y minutos que pasaron a ser horas. Eso sí,
aprovechó el tiempo lo mejor que pudo. Preparó una mochila con todo tipo
de objetos que pensaba le podrían ayudar a liberar a su madre del lugar
que la mantenía retenida. Una linterna, una navaja multiusos que le
regalaron en una acampada, un par de metros de cuerda, aquella
cantimplora que olía tan mal pero que le ayudaría a transportar agua …y
aquel machete que su padre nunca le dejaba tocar. Llevaba una brújula
incorporada y estaba seguro que le haría falta para orientarse en aquel
lugar.
Esta vez no dejaría nada al azar. Viajaría a través de los sueños, bien preparado. Nada podría salir mal.
Al
llegar la noche apenas cenó nada. Los nervios alimentaban más que de
sobra su estómago, así que guardó todo lo que pudo en su mochila, le dio
las buenas noches a su padre y partió en busca de aquel portal. Cuanto
antes llegara a aquel mundo, antes se reuniría con su madre. Tenía
tantas cosas que contarle… pero sin duda alguna lo que más quería era
volver a abrazarla, sentir su cuerpo entre sus brazos, escuchar de nuevo
su voz…

-“Din
mi vida… estoy aquí. Atrapada en un lugar oscuro. No tengo ni idea de
cómo he llegado, ni quién me ha dejado aquí. Ven rápido hijo mío. De vez
en cuando escucho el gruñido de unas fieras, creo que vienen a por mí.”

Nada más escuchar la voz de
su madre, Edward no tardó ni un segundo en salir corriendo de la
cabaña. Conforme más se adentraba en el bosque, con más fuerza escuchaba
su voz. Sus palabras le confirmaban que se dirigía en la dirección
correcta. Le hablaba de un río, de murallas… del olor de la flor del
azahar. Avanzó a través de un bosque sin fin, odiando como nunca antes
había odiado en su vida. Ya le habían arrebatado a su madre una vez y no
permitiría que lo hiciesen de nuevo. Truenos y relámpagos le
acompañaban en el camino, un camino rodeado de la más absoluta
oscuridad. A lo lejos divisó las murallas de un castillo.



-“Din… ¡has llegado! Estoy aquí “-

La
corriente de un río bordeaba completamente la fortaleza. Rodeó su muro
exterior. Buscó y buscó pero no encontró entrada alguna. La rabia se
adueñaba poco a poco de él, y con la mirada fija en el suelo observó
unas pisadas en la tierra que le llamaron la atención. Le abordó una
corazonada. ¿Se dirigirían hacia alguna entrada secreta que le
permitiese entrar? Recordaba haber leído cuentos en los cuales se
narraban historias de salidas de emergencia ocultas. Construidas por los
propios arquitectos de los templos por si en alguna batalla algo salía
mal. Una válvula de escape que permitiese a los de dentro poder escapar.
Y allí la encontró, bajo un arbusto colocado
expresamente para tapar el agujero. Encendió la linterna y alumbró
directamente al hoyo. Metros de caída libre le esperaban en aquel lugar.
Tenía una cuerda y a lo lejos podía escuchar muy claramente la voz de
su madre. Ató la cuerda a su cintura y se lanzó en su ayuda, nada podría
salir mal.

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Dos
semanas tardaron en encontrar su cuerpo.  Había sido un año muy dificil
para él y toda su familia. Nadie, absolutamente nadie en su entorno
pensó que Edward se hubiese fugado, todo lo contrario. Algo  terrible
tenía que haberle sucedido  y lamentablemente, tras días de búsqueda,
esos malos augurios se convirtieron en realidad.
 Una
patrulla de voluntarios de búsqueda dio el aviso. Habían encontrado el
cuerpo sin vida de un niño en uno de los pozos abandonados que existía
en las afueras de la ciudad .
 Edward nunca habló con
nadie de sus sueños, de aquel lugar que retenía a su madre, ni todos
aquellos viajes a través de portales que lo transportaban a otra
realidad. Una realidad que solo existió en su mente, pensamientos
nacidos desde lo más profundo de su tristeza y que le hicieron crear un
mundo que nunca existió. Un lugar donde poder reencontrarse con quien él
más quería. La persona por la que dio su vida sin ningún tipo de
dudas… lanzándose al vacío sin mirar atrás .
Epílogo.
Edward
nunca llegó a darse cuenta de su horrible final . Tras la caida entró
en un estado de semiinconsciencia que mantuvo su mente activa dentro de
aquella extraña realidad . Sueños muy vividos , una aventura que jamás
hubiese imaginado y  en la cual a base de mucho esfuerzo consiguió 
aquello que más anhelaba … volver a reunirse con su madre y darle el
abrazo que tanto tiempo llevaba deseando , un abrazo que duró para toda
la eternidad.

Chuni Jesús @chunitin

El secreto de Edward , un relato basado en el comienzo de The Legend of Zelda a Link to the Past.

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